El protagonista se aproxima a su cincuenta cumpleaños, donde en Uruguay y en la década de los cincuenta del siglo XX era la edad optima para la jubilación.
Viudo desde hacía algo más de veinte años, con tres hijos que hubo de criar en solitario, tras la muerte de su esposa Isabel fallecida tras acontecer su tercer parto, ella al quedar embarazada de ese hijo se sintió temerosa de que algo saliese mal, de que ella no sobreviviera, tal como aconteció.
Compartía su domicilio con sus tres hijos ya adultos, trabajadores pero no emancipados.
En una libreta anotaba casi día a día los acontecimientos más relevantes que vivía, aunque no fuesen de vital importancia, incluidos sus propios pensamientos.
Sus pensamientos se centraban por igual en lo que acontecía en su empresa, era contable, que en la vida de sus hijos y el entorno en que se devolvían.
Muy angustiado por su próxima jubilación, y en como invertiría su tiempo libre, en cual sería su ocio.
Llegan a su oficina tres trabajadores nuevos que quedan a su cargo, entre los cuales había una joven de veinticuatro años, Avellaneda, que en principio no le llama mucho la atención, pero poco a poco, y en el día a día comienza a sentirse atraído por ella, hasta creerse enamorado.
De su mujer el único recuerdo factible que tiene es el del contacto de su piel, el sexo que día a día disfrutaban, todos sus problemas los solucionaban en la cama, recordaba sus caderas, sus pechos, su cintura, pero no su voz ni su rostro.
Estaba convencido de que fue una suerte el que ella falleciera a los veinticinco años, pues entendía que de hacerlo más tardes todo se habría desmoronado en el matrimonio, cuando la piel de Isabel se volviese flácida, rugosa, no dudaba de que a él ya no le atraería.
Anota también algunos encuentros con sus amigos de la infancia, donde se intercambian confidencias.
Avellaneda al entrar a trabajar en las oficinas, tenía novio, hasta que un día entristecida le confiesa que la relación terminó, por lo que nuestro protagonista se lanza a cortejarla, con sabiduría y experiencia, durante su viudedad solo había gozado de devaneos esporádicos con mujeres de pago, con paciencia, observándola.
Ella no lo rechaza, van poco a poco, sin prisas, el amor llegó de nuevo a su vida, cuando ya se consideraba un anciano, alquila un apartamento para verse a solas, ocultos a miradas ajenas.
Su hija ya tiene novio, el menor de sus hijos se marchó de casa, tras descubrirse su homosexualidad, el otro permanece en el hogar. Teme el reproche o rechazo de ellos a esa relación, más que nada por la diferencia de edad, se la dobla, pero los hijos al enterarse se lo toman bien, es más, su hija al conocer a Avellaneda, casi de la misma edad, se hacen buenas amigas.
En su cabeza le pesa como una losa esa diferencia, no quiere casarse con ella por esa razón, sus amigos creen que es porque teme que un día ella necesite lo que él ya no podrá darle y lo buscará fuera, le pondrá los cuernos.
El no tiene claro el origen de sus temores.
Cuando al fin los cree superados decide pedirle matrimonio, ella enferma de la gripe, pero ésta la lleva a la muerte, que lo hace hundirse del todo.
Había rechazado un ascenso importante, que todos ansiaban, pero tendría que quedarse dos años más, y él deseaba gozar de su ocio con Avellaneda, a la que en ocasiones, sobre todo al gozar de su cuerpo la comparaba con la madre de sus hijos, y llegaba a la conclusión de que nada tenía en común una relación con otra.
La vida le había dado una tregua, un paréntesis en su vida, ya que había sido dura la crianza de sus hijos pequeños, compaginada con su trabajo.
Entiende que ya no tendrá otra oportunidad.
Sabía sobre la vida de sus padres, pero no los había conocido. Cuando se atreve a hacerlo, sin decir quien es, con la escusa de que el padre de oficio sastre, de que le confeccionase un traje, sufre mucho, su dolor era inmenso, la madre si que sabía de la relación, y pronto se da cuenta de quien es.
A partir de ahí deja de anotar en su libreta.